Lo indecible en el discurso de Olive Schreiner. Mestizaje, raza y violencia sexual en Sud África a principios del siglo XX
- Ardanaz, Eleonora (IHUMA, UNS)
- Lazzari, Virginia (IHUMA, UNS)
I. Introducción
El territorio sudafricano sufrió una serie de ocupaciones que dieron como resultado una sociedad multiétnica. Desde épocas del dominio portugués, hasta los alemanes, holandeses y hugonotes franceses que se afincaron en forma definitiva y fueron expandiendo su territorio agrícola hacia el norte, mientras los británicos se asentaban y afianzaban desde su inicial colonial del Cabo, desplazando a los pueblos nativos o reduciéndolos virtualmente a la esclavitud, se generó una sociedad de dominadores blancos diversa.
Además, no sólo lo habitaban los pueblos nativos, como los hotentotes , los bantúes, los kaffirs y los bushmen, y los colonos europeos blancos, sino también una diversidad de etnias traídas como esclavos y trabajadores libres, como indios, malayos, chinos; la fuerza de trabajo de un capitalismo que se iba imponiendo sin pausa al ritmo de los hallazgos de oro, diamantes y platino.
Desde mediados del siglo XIX, este proceso de conquista y colonización se vio acompañado de la idea hegemónica de un orden jerárquico de las razas en cuya cima estaban los anglo sajones. Se trataba de una verdad incontestable que oficiaba de justificación para su dominio y misión civilizatoria. La raza, como categoría ficcional e instrumental, apuntalaba la ocupación, la desposesión, el extractivismo y la conversión en mano de obra abundante del capitalismo mundializado. Se generaban sociedades estrictamente jerárquicas en las que el poder y la tierra pertenecían a los blancos y la fuerza laboral a los pueblos de color. Esta ideología conquistadora fuertemente racializada, que creaba, agrupaba y polarizaba a diversos pueblos en nativos y blancos, contrastaba con la realidad del mestizaje producido - muchas veces- al margen de la institución matrimonial, de forma ilegítima. Este proceso se llevó adelante desde el siglo XVII hasta el XX, sobre todo entre las clases bajas. Los llamados “grupos de color” , integraron una tercera raza producto de una temida mezcla entre esclavos asiáticos, africanos, indios, con trabajadores libres y nativos, ubicados en la escala humana en un incómodo lugar, como inferiores a los blancos, pero superiores a los negros. También incluía a la descendencia de las uniones de europeos y no blancos, lo que quería decir -mayormente- mujeres nativas con hombres blancos, por ejemplo, comerciantes, ingenieros de los ferrocarriles, pobladores que vivían más alejados de los centros administrativos, incluso miembros de la administración colonial, cuya descendencia adquiría el mismo status carente de derechos que la madre. Sin embargo, es notable que la preocupación fundamental residiera en las relaciones mixtas entabladas entre mujeres blancas, con nativos africanos; práctica que resultaba absolutamente subversiva dado que ellas representaban el baluarte de la cultura y civilización europea.
Todos ellos sufrieron la doble discriminación, por su pertenencia étnica y por su pertenencia de clase. Tanto los gobiernos metropolitanos como las administraciones coloniales y los colonos blancos debieron tomar posiciones respecto de este problema y, en este sentido, el caso Sudafricano sentará un precedente importante de segregacionismo destinado a perdurar hasta no hace muchos años.
Este es el contexto en que se inscribía la multifacética figura de Olive Schreiner (1855- 1920) objeto de nuestro análisis. Feminista, escritora, pacifista y reformista social que en sus escritos daba cuenta de la complejidad de su tierra natal y de los desafíos que enfrentaba a inicios del siglo XX, como parte del Imperio británico tras las dos guerras sudafricanas. Entre sus muchas preocupaciones se encontraba el creciente segregacionismo y la falta de derechos que se instalaban como bases del recientemente conformado estado sudafricano.
II. Las “razas oscuras”
Olive Schreiner nunca llegó a escribir un texto específicamente dedicado a los pueblos nativos habitantes de Sud África, como sí lo hizo con los boers, con quienes claramente simpatizaba. Sin embargo, dado que la diversidad étnica del territorio y cómo llevar adelante el problemático proceso de construcción de una nación era una de sus preocupaciones centrales , de cara a la unificación tras las guerras sudafricanas, no lo descuidó. Así, estas reflexiones se encontraban tanto en sus textos ensayísticos – Thoughts on South Africa - como en sus múltiples cartas privadas.
Como toda blanca, se relacionó con ellos tempranamente ya que el servicio doméstico de los muchachos negros era una forma generalizada de prestación de mano de obra al dominador. Prontamente advirtió la serie de injusticias de las que eran víctimas. De sus escritos, podemos deducir que tímidamente se permitía poner en cuestión la supuesta inferioridad de los nativos: “No sabes cómo están de mal aquí las cosas” le escribe a su amigo británico E. Carpenter, en 1892, ¡“azotamos a nuestros negros hasta la muerte y la riqueza es el único objetivo en la vida (…) es gracioso estar en una tierra donde todos son filisteos! Buenos y agradables filisteos. Acá hay blancos haciendo plata y negros oprimidos, y nada en el medio. Y las cosas se pondrán mucho peor…” En Closer Union (1909) declaraba que los bantúes, la mayor proporción de la población nativa, “… son los hacedores de nuestra riqueza, la gran roca base sobre la que se levanta nuestro estado, nuestra enorme clase trabajadora” (…) “Siempre queremos más y más de ellos, que trabajen en nuestras minas, que atiendan nuestros ferrocarriles, que trabajen nuestros campos, que hagan nuestro trabajo doméstico y compren nuestras mercancías.” Lejos estaba de la caracterización hegemónica de los nativos como gente poco fiable, peligrosa, incompetente y poco trabajadora.
III. Mestizaje y violencia
El mestizaje no era una solución en la que se diluirían las diferencias raciales de la diversa sociedad sudafricana, más bien todo lo contrario, puesto que desafiaba la construcción racializada del Imperio. La fuerza del darwinismo social hacía imposible esa alternativa pues suponía una contaminación racial en las colonias de asentamiento blanco en tiempos en que la pureza comenzaba a ser un serio problema a atender, con complejas determinaciones sobre la ascendencia de cada individuo que determinaban su lugar en el tejido social. Los elementos biológicos se entremezclaban con los sociales, culturales y políticos, a instancias de influyentes pensadores del racismo moderno como Arthur Gobineau y Huston Chamberlain. A principios del siglo XX los matrimonios mixtos fueron objeto de un estricto control por parte del estado colonial, y no solo en los territorios dependientes de Gran Bretaña .
Era poco habitual que se hablara públicamente y de forma directa de temas ligados al matrimonio y la reproducción, lo que no quiere decir que no fueran temas relevantes para el establecimiento, conservación y estabilidad del orden imperial. Por lo demás, queda claro que no era lo mismo que los hombres blancos se mezclaran y tuvieran descendencia con mujeres de color a que lo hicieran las mujeres blancas, como tampoco que su descendencia fuera bastarda o lo fuera dentro del seno de la institución matrimonial, controlada más efectivamente por las iglesias que por el estado.
Sobre todo en las épocas de conquista, se estableció un paralelismo entre los hombres blancos que poseían a las mujeres nativas y los conquistadores europeos que dominaban al continente africano; se trataba de un signo de dominio y control.
Por lo general se encontraban discursos ligados a la importancia del rol de las mujeres blancas en las colonias británicas, pero siempre ligados al deber superior de perpetuar la raza y la grandeza imperial. Así, debían hacer su parte en la tarea de construcción del Imperio y, por ejemplo, las esposas de los integrantes del gobierno colonial comenzaron a seguir a sus maridos y otras tantas emprendieron la aventura para servir como personal doméstico cualificado, institutrices, etc. Se trataba de una verdadera “obligación racial” (Bush, 1994:388), en armonía con la división sexual del trabajo firmemente establecida por el victorianismo y preservada durante el período eduardiano. En este clima cultural, proponer el mestizaje como algo deseable no solo no era pensable, sino que habría enajenado a Schreiner de sus lectores y su círculo de influencia, según sugiere Krebs. Al clarificar su posición sostenía: “… las razas blanca y negra son tan diferentes en este país que, si fueran iguales en educación y en derechos sociales y estuvieran mezclados políticamente, en materia de matrimonio, el blanco seguiría prefiriendo al blanco y el negro al negro y la fusión se daría muy lentamente. Es debido precisamente al terrible abismo que en la mente de muchos hombres los divide de las razas oscuras, que la mezcla de sangres se sigue dando en su forma menos deseable.”
¿Cuál es “la forma menos deseable” en que tal “mezcla de sangres” se da? Sin dudas la autora estaba haciendo alusión, con todo el decoro que caracterizaba a su palabra, a la violencia sexual sobre las mujeres de color. Plaatje (1976:85) en un artículo hablaba de “… la tristeza de cientos de mujeres nativas con bebés sin nombre” para aludir a un fenómeno bien conocido por sus contemporáneos. En la dinámica colonizados- colonizadores, las mujeres negras eran el trofeo disponible para el aventurero viril y triunfal, que daba prueba de tales condiciones asociadas a su superioridad incontestable. Los hombres blancos ocupaban el territorio negro y se quedaron con sus tierras de igual modo que violentaban y disponían de sus mujeres. Ellas, por ser negras, eran caracterizadas como naturalmente promiscuas dentro del exotismo que implicaban a diferencia de las blancas, cuya pureza era el valor a proteger, bastión de la continuidad de la civilización europea en el mundo colonial.
Como se advierte, la dominación imperialista también era un fenómeno inscripto en los cuerpos, entrecruzado de una serie de significaciones simbólicas sobre las razas y su relación.
En “The Problem of Slavery”, uno de los artículos que integraban su libro Thoughts on South Africa, Schreiner explicaba que la mixtura era un problema si se efectuaba de forma denigrante, entendiendo de esta manera a aquella que involucraba a dos personas de razas distintas y que se llevaba a cabo a través de la violencia.
Sin embargo, el impacto público estuvo marcado por la inversión de esa violencia sexual. Una serie de artículos datados en octubre de 1904 y escritos por George Webb Hardy, en The Prince, aludían a: “tan inmunda forma de inmoralidad… que es imposible para la prensa pública dar más detalles. Los matrimonios mixtos ya son en sí malos, la secreta inmoralidad de mujeres casadas con nativos ya es demasiado común, pero cuando tenemos a jóvenes arruinando sus cuerpos y sus almas con nativos y tratan a escondidas de procurarse medios médicos para esconder su pecado, es momento de escribir una nota sobre eso” . Para 1911-1912 la prensa sudafricana estaba invadida de artículos que narraban supuestos ataques sexuales hacia mujeres blancas del Transvaal realizados por hombres negros, que en la gran mayoría de los casos eran parte de su servicio doméstico . Fenómeno de verdadera histeria colectiva que se conoció como el “black peril” (peligro negro). Este “pánico moral” que suscitó varias reuniones de colonos blancos preocupados por prevenir los ataques y una multitudinaria petición elevada al Parlamento de la Unión Sudafricana , contribuyó a construir públicamente una representación que, como sostiene Ngwena “… llegaría a significar la otredad humana, su extremo.” Era la encarnación del mal, corrupto por naturaleza, menos que un hombre, una bestia hipersexualizada irrefrenable, un animal merecedor de golpizas y linchamientos, responsable de mancillar a las mujeres blancas, pura potencia instintiva: “Dondequiera que esté, el negro libera dinámicas pasionales y provoca una exuberancia irracional que desafía constantemente al sistema mismo de la razón.” (Mbembe, 2016:23)
Tan vital se mostró este mito de violación que, además de la prensa , impregnó todo el discurso científico y académico -cuyos marcos teóricos eran ya marcadamente racistas - y literario que, en definitiva, mostraba el fantasma del cuestionamiento al poder blanco, al natural equilibrio entre las razas, construido sobre su superioridad, su misión civilizatoria y su misma sobrevivencia en un escenario en el que se sabían en absoluta minoría numérica .
Estas representaciones de la otredad influyeron sobre los debates sobre la Cuestión Nativa en la misma época en que se estaban discutiendo, justamente, los términos de la unificación. Esto no es casual. Rubin (1989:114) señala que “Las disputas sobre la conducta sexual se convierten a menudo en instrumentos para desplazar las ansiedades sociales y descargar la intensidad emocional concomitante a ellas. En consecuencia, la sexualidad debe ser tratada con especial interés en épocas de fuerte tensión social.”
Además, la sexualidad era parte del orden de los géneros presentes en los discursos de la construcción de naciones, especialmente, en espacios coloniales étnicamente diversos .
El episodio del Black Peril tuvo implicancias políticas duraderas ya que al instalarse en la sensibilidad blanca permitió rediseñar los límites de la interacción entre las razas con un carácter marcadamente segregacionista, acelerando una tendencia ya presente desde fines del siglo XIX. No es casual que en la Unión Sudafricana los matrimonios mixtos fueran prohibidos por una ley en 1925, llamada de Inmoralidad, como una forma de recordarle a cada uno su lugar natural en el orden de las razas y de penalizar la ofensa que representaba su transgresión; ésta fue ampliada en 1949, ya en un contexto marcado por un abierto apartheid.
La República Libre del Transvaal inició esa tradición segregacionista al establecer leyes separadas para los matrimonios entre los blancos y entre la gente de color. Luego, con la Morality Act directamente prohibió los matrimonios interétnicos. En la colonia del Cabo -con un pasado más liberal y flexible en la materia- en 1902 se condenaron los intercambios sexuales, por más que hubiera consentimiento, entre prostitutas blancas y trabajadores negros, legislación que luego se extendería al resto del territorio . Ni siquiera las prostitutas -identificadas como las blancas más pobres y vulnerables- podían elegir a sus clientes en función de su conveniencia económica; todas las normas del intercambio sexual debían subordinarse al orden racial dominante. En 1909 se dictó un decreto en relación al servicio colonial para disuadir a sus miembros del concubinato con nativas, lo que daba a entender que el fenómeno no era extraño. Ese mismo año se incluyó en los registros oficiales de la colonia del Cabo una columna que establecía la “raza” de quienes contraían matrimonio, lo que indica una creciente preocupación sobre el tema, además de la decidida injerencia del estado en los mismos. Como se advierte, el imperialismo también se construía sobre una estricta política sexual de control sobre los cuerpos, especialmente sobre el de los otros, que se asocian a lo feo, lo temible, lo bestial.
La solución propuesta fue una férrea administración de la segregación racial para cuidar la pureza de la raza blanca y evitar el mestizaje , defendida enérgicamente por las iglesias reformadas afrikáners que concebían los matrimonios interétnicos como una ofensa a Dios y fuente del mal, lo que también dio bases morales y religiosas al apartheid.
Sin embargo, Schreiner -que en 1911 formó parte de una investigación sobre el tema realizada por la General Missionnary Commission - contradecía a la opinión pública dominante y la sensibilidad racializada de sus contemporáneos al sostener, como le escribía a James Henderson, a cargo de la citada comisión: “… el peligro que asola a esta nación es el que existe para todas las mujeres de piel oscura a manos de hombres blancos.” Y en Thougths on South Africa (141) dice: “No es el pecado del hombre negro lo que está manchando nuestro sol africano […]; es la degradación del hombre blanco. Lo que comenzó el Bóer, el inglés lo termina”
Más adelante ampliaba sus percepciones sobre este tema en otra carta a Henderson: “Alguien que vive en un gran campamento ferroviario como Aar, simplemente está dominado por el mal y la degradante actitud de los hombres blancos hacia las mujeres oscuras. Espero que las Iglesias Cristianas digan algo sobre la verdad de que no hay un matrimonio legal honorable entre razas que degrade a ambos sexos, sino relaciones inmorales degradantes e imprudentes entre hombres blancos y mujeres oscuras. Uno no se atreve a traer a un negro decente o a una chica de color a este lugar” . No se trataba de lo inapropiado del matrimonio interétnico en sí, sino de las acciones de los blancos sobre las mujeres negras como parte de la construcción del dominio imperial
IV. Conclusiones:
El dominio imperial en una tierra donde los europeos, la raza dominante, se sabía en clara minoría adquirió una dimensión sexual, que se ejercía e involucraba a los cuerpos -especialmente el de las mujeres-, tal como lo ejemplifica el caso sudafricano aquí tratado. Los cuerpos de las mujeres de color, como trofeos conquistados por la fuerza, los de las mujeres blancas, como el baluarte de la pureza racial a defender, el de los hombres negros, como aquellos sobre los cuales aplicar diversas medidas de control e higiene social, plasmados a principios del siglo, en una seria de leyes, y en la cima de la estructura, los hombres blancos. La estabilidad del poder colonial se jugaba en ese ordenamiento que debía ser perpetuado.
Las mujeres blancas de los territorios coloniales, encargadas de mantener y asegurar los cánones de la civilización que representaban, fortalecieron la línea divisoria y si bien excede el interés de este trabajo, es importante analizar cómo este discurso de misión nacional impregnó hasta las filas del feminismo. Por esto mismo, la figura y la palabra de Olive Schreiner se agigantaron en su crítica, victoriana, moderada, elíptica, pero firme y coherente de la ideología segregacionista de la Unión Sudafricana como condena al imperialismo británico, asentado sobre el dominio total los cuerpos de color. Sus observaciones, en un momento fundacional del Estado Nación, fue una de las alertas de lo que luego sería parte de la segregación racial que sufrió este país hasta hace pocos años atrás.
Fuentes documentales:
Schreiner, Olive, (1923), Thoughts on South Africa, London, T. Fisher Unwin Ltd.
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