2. Movimientos de resistencia y acción política. Feminismos, géneros y sexualidades

¿Que la tortilla se vuelva? Movimientos feministas e inversión de la circulación del poder

  • Andrea Carriquiry (Centro de Estudios Interdisciplinarios Feministas, Universidad de la República (Uruguay))
Resumen

El presente trabajo apunta a colaborar en una mejor comprensión de movimientos sociales como los feministas, a partir de algunas herramientas conceptuales en teoría de la democracia, especialmente en base a los aportes de Jean Cohen, Andrew Arato y Jürgen Habermas. Así, se analizan el potencial de autotransformación de la esfera pública y la circulación oficial y no-oficial del poder, para mostrar que movimientos como los feministas tienen un rol a jugar no sólo en relación a sus propios temas de interés, sino también en la propia preservación y despliegue de la esfera pública, que es a su vez un elemento fundamental en el desarrollo de las democracias occidentales contemporáneas.

En 2017 en Uruguay algunos temas feministas -el femicidio y su tipificación, la implementación de la ley de despenalización del aborto, el paro internacional de mujeres del 8 de marzo de 2017- convocaron una atención fuera de lo común. A partir de estos temas se desencadenó cierto debate dentro y fuera de los cuerpos parlamentarios, incluyendo marchas y contramarchas. En cualquier caso, asumiendo que vivimos en sociedades complejas donde el disenso es un componente estructural, el hecho de que se haya suscitado el debate público tiene en sí mismo el valor de que estos temas se hayan abierto paso en la agenda pública. Una lectura habermasiana le da un sentido fuerte a ese debate que elabora el disenso en el proceso democrático de producción de derecho.
El propósito de esta ponencia es intentar contribuir a ese debate planteando algunas nociones de Jürgen Habermas, Jean Cohen y Andrew Arato que podrían resultar de utilidad para la interpretación del rol que ocupan dicho debate, y en particular los movimientos feministas como actores del mismo, en las democracias occidentales contemporáneas. Si bien Habermas “rankea como uno de los filósofos más influyentes del mundo” (Bohman y Rehg 2014) según la no menos influyente Enciclopedia Stanford de Filosofía, muchas veces algunos de los conceptos que integran su teoría son malentendidos o subutilizados desde las ciencias sociales. En el caso de Jean Cohen y Andrew Arato, aunque su trabajo ha sido ampliamente reconocido en círculos especializados, su incidencia puede ciertamente ampliarse. El objetivo de este trabajo es poner en juego, con espíritu interdisciplinario, algunas de esas herramientas conceptuales desde la filosofía.

Circulación oficial y no-oficial del poder
La primer conceptualización que propongo utilizar como herramienta teórica para ponderar el rol de los movimientos feministas en las democracias contemporáneas es lo que Habermas denomina “circulación oficial y no-oficial del poder” -que en otra parte he propuesto denominar "circulación comunicativa y no-comunicativa del poder".
Habermas concibe dos circulaciones del poder, que se alternan: la oficial y la no-oficial. En ésta última, “el poder social tiende a programar y programa al aparato político-administrativo, el cual, a efectos legitimatorios, tiende a instrumentalizar e instrumentaliza el poder comunicativo generado en el proceso político del que ha de resultar la producción de derecho, convirtiendo así la idea democrática más bien en una ficción, pero también operante como ficción.” (Jiménez Redondo, en Habermas 2000[1992]: 13). Es decir que en esta circulación, el poder social tiende a programar el poder político (por ejemplo la industria petrolera financia la campaña de un presidente), y el poder político-administrativo (ese presidente) tiende a instrumentalizar al poder comunicativo (las bases sociales que apoyaron su candidatura).
Pero por otra parte hay otra circulación del poder, a la que Habermas llama “oficial”, que se da en sentido inverso. El proceso democrático de producción de derecho tiene como fuente lo que Habermas llama el poder comunicativo, que se alimenta de debates como los que recién mencionamos: “ha de haber un poder comunicativo productor de derecho, a fin de que no se seque la fuente de justicia, de la que se legitima el derecho mismo” (Habermas 2000[1992]: 214).2
En este tipo de circulación oficial, el poder comunicativo circula primero informalmente en la esfera pública donde se tematizan y se dramatizan algunos temas (por ejemplo en debates en las redes sociales sobre las energías limpias), y después en el parlamento, donde formalmente se configuran determinadas normas; el poder político administrativo dimana de ese poder comunicativo, y a su vez ese poder político administrativo controla al poder social (por ejemplo implementando una norma de reducción de emisión de gases a la industria). A lo que se apunta es a debates críticos racionales que tematicen, comenten y dramaticen asuntos a los que luego se les dará tratamiento parlamentario, configurando normas. Lo interesante es que esos acuerdos racionales están sujetos a debate y son siempre provisorios y revisables.

Feminismos y transformación de la esfera pública
Desde un punto de vista estructural, la relevancia de los movimientos feministas en la esfera pública radica en que se pueden conectar con el potencial de autotransformación de la esfera pública, que es, vale subrayarlo, no sólo una característica que define y hace única a la esfera pública, sino el rasgo más esperanzador de ésta, sobre el que se apoya el muy moderado “optimismo” de Habermas.
El siguiente párrafo sintetiza la evolución téorica de Habermas con respecto a este punto:
“Los derechos a la inclusión irrestricta y a la igualdad incorporados en las esferas públicas liberales impiden mecanismos de exclusión del tipo foucaultiano y fundamentan un potencial de autotransformación. En el curso de los siglos XIX y XX, los discursos universalistas de la esfera pública burguesa ya no pudieron inmunizarse contra una crítica interna. El movimiento obrero y el feminismo, por ejemplo, pudieron unirse a estos discursos para romper las estructuras que inicialmente los habían constituido como “el otro” de una esfera pública burguesa” (Habermas 1996[1992]: 374).
La esfera pública tiene inscritos en su propio concepto los derechos a una inclusión irrestricta y a la igualdad, que habilitan una apertura virtuosa, en la que se han apoyado los feminismos para reclamar efectivamente lo que la esfera pública postulaba en principio. Que en los hechos, históricamente, ese reclamo haya sido resistido -y lo siga siendo-, no debería hacernos olvidar que la esfera pública habilita ese reclamo crítico desde su propia definición, desde su base fundante. La esfera pública, en su propia autodefinición, no se reserva el derecho de admisión. De ahí que las lecturas feministas, y sus luchas históricas, puedan ser comprendidas, alentadas y enriquecidas desde una comprensión cabal de la noción de esfera pública.
Lo interesante es justamente que nada está dado de una vez y para siempre: el peso empírico de la circulación oficial del poder prescrita por los propios supuestos del Estado de derecho4 “depende sobre todo de si la sociedad civil, a través de espacios públicos autónomos y capaces de la resonancia suficiente, desarrolla la vitalidad e impulsos necesarios como para que conflictos que se producen en la periferia se los logre transferir al sistema político” (Habermas 2000[1992]: 409). En el caso de los feminismos podrían observarse algunos logros en esta línea.