Siempre fue así pero no tanto: marcas coloniales en las subjetividades, cuerpos y afectos
- Federica Scherbosky (Conicet-UNCuyo)
- Aldana Contardi (UNCuyo)
Pensar la función política de los afectos y emociones remite sin dudas a la constitución propia de una determinada subjetividad que se configura desde la modernidad de manera individual. Nos interesa revisar la constitución misma del individuo y cómo esta transforma las condiciones ontológicas, políticas y vitales de todos los sujetos en una comunidad, pero sobre todo aquí nos centraremos en las mujeres y disidencias. Trabajamos en nuestra cátedra de Antropología Filosófica desde perspectivas interseccionales y situadas, lo que nos posibilita analizar nuestra constitución subjetiva entramada por un proceso de colonialidad que nos conforma.
En esta línea nos interesa trabajar la perspectiva de Rita Segato para pensar el cruce entre la colonialidad y el patriarcado moderno. Nos centraremos específicamente en La Guerra contra las mujeres, libro publicado en 2018 en el que compila diferentes artículos para pensar los procesos de violencia contra las mujeres y disidencias, y particularmente la forma en la que la Conquista y su consecuencia colonial condenan a las mujeres a nuevas formas de constitución subjetiva que ontológica y políticamente las subsume a un universal –masculino, blanco, heterosexual, etc.- que además inflige procesos de violencia sistemáticos y estructurales al nuevo ordenamiento impuesto.
La antropóloga argentina se interroga acerca del cambio que produce la conquista y colonización en las sociedades en su conjunto y en sus habitantes en general, pero poniendo el foco en la trama de género ya que considera que no es un factor más. Este presenta un estatuto teórico y epistémico capaz de iluminar todos los otros aspectos de la transformación impuesta a la vida de las comunidades al ser captadas por el nuevo orden colonial moderno.
Analiza el paso entre el mundo aldea y el mundo intervenido por la administración colonial para pensar los cambios entre una organización comunitaria y colectiva de la vida y un mundo colonial con sus consecuentes conformaciones republicanas y la organización de la vida en términos estatales, que implica a la base un ciudadano como titular de derechos, constituido de manera individual. En lo que respecta particularmente a la vida de las mujeres ella afirma la existencia del patriarcado en lo que denomina como mundo aldea, pero lo conceptualiza como de “baja intensidad”. Se diferencia de lo que plantean por ejemplo María Lugones y Oyeronke Oyewumi, quienes sostienen que la categorías/formas de género fueron impuestas por la colonia y no eran propias de estas latitudes. También se distancia críticamente de posiciones acerca del patriarcado que podemos considerar eurocéntricas, que consideran se estructura de manera universal y por ende uniforme. Esto presenta, desde nuestra perspectiva, una posición ahistórica que no compartimos, y que consideramos de algún modo reactualiza la “misión civilizadora” con la consecuente imposición de valores modernos-europeos.
Nos resulta interesante pensar junto con Segato y Julieta Paredes un “entronque de patriarcados”, para analizar así que permanece y qué cambia en este proceso y cómo eso constituye la vida de las mujeres.
Segato considera que en este entronque de patriarcados se da una verosimilitud, ya que aparenta existir una continuidad, pero en realidad hay una transformación en el núcleo de la constitución social y subjetiva -porque de hecho son indiscernibles. Hay un cambio radical en estas conformaciones, pero con la apariencia de continuidad y esta es la complejidad que consideramos logra avizorar la antropóloga argentina y que presenta múltiples consecuencias teórico-prácticas en la actualidad. Sobre todo en los movimientos indígenas campesinos o movimientos populares –pero que podríamos hacer extensivos a varios otros- en los que las mujeres pretenden visibilizar o erigir sus reclamos además de los del movimiento, y de algún modo siempre son relegadas u ocluidas con la excusa de que la división de reclamos los debilita, porque se abre un doble frente de lucha, hacia el interior del propio movimiento y también hacia afuera, hacia el espacio público o el Estado. Frente a la respuesta de los varones de los diversos movimientos indígenas de “esto siempre fue así”, Segato nos ayuda a pensar que en parte sí y en parte no y habilita una complejidad interesante.
Al postular un patriarcado de baja intensidad, afirma la existencia del mismo, pero analiza en profundidad su estructura. Se puede pensar en la existencia de categorías como las de género, con configuraciones duales en torno a lo masculino y lo femenino, dentro del mundo aldea. Sin embargo, estas no eran deterministas ni estancas. Había una fluidez entre uno y otro, como también uniones de lo que pensamos como personas del mismo sexo. Aun en la configuración dual -y hay que afirmar, también jerárquica- se planteaba una coimplicación de tareas de manera complementarias. Aunque el mundo masculino y femenino eran desiguales ambos tenían plenitud ontológica y política.
Con la intrusión colonial se impone un mundo aparentemente igualitario, pero como ya sabemos binario y jerárquico. El paso del dualismo al binarismo es parte del problema para la pensadora, pues estos dejan de ser complementarios y pasan a ser suplementarios. Bajo la égida de la igualdad, abstracta sin dudas, uno de estos ámbitos se convierte en el universal y político y el otro en mero resto, sin plenitud ontológica ni política. La constitución del Estado moderno implica la construcción de ciudadanía bajo este uno universal, supuestamente neutro, pero que en realidad es hombre, blanco, propietario, heterosexual, letrado. Estos son los únicos capaces de vincularse con el Estado, de construir demandas, de habitar el espacio público. Los otros –indios, mujeres, negros, etc.- son meros “restos” no dotados de ningún tipo de politicidad y que incluso deben corregirse, remediarse, convertirse, en función de la grilla impuesta por el universal. De allí es que Segato sostiene que en realidad el Estado moderno-colonial promueve un remedio de un veneno que él mismo inoculó, al anular la plenitud ontológica y política de la esfera doméstica.
Incluso sostiene que el problema de muchos programas que buscan remediar la desigualdad de género es que apuntan a la igualdad de individuos y no de esferas. O que incluso buscan transversalizar el género, pero siempre considerada como esfera menor. Se debe promover la esfera doméstica y el colectivo de las mujeres como un todo, frente a la jerarquía de prestigio y el poder del espacio público comunitario y el colectivo de los hombres. Se trata de hacer patente como el contrato social configuró veladamente un contrato sexual situando a todas las subjetividades no universales como restos y reduciendo la esfera doméstica como privada. La individualidad del mundo privado implicó e implica la desprotección frente a las violencias propias de un sistema colonial-patriarcal-capitalista.
Rehabilitar políticamente los espacios comunes y los vínculos posibilita romper los cercos de identidades individualizantes que nos han dejado por fuera de una subjetividad plena, política, ontológica y afectiva.