Reflexiones sobre el ecofeminismo desde la perspectiva del antropoceno
- Fernanda Viero Dias Putini (Unicentro, PR - Brasil)
- Debora Rickli Fiuza (Unicentro, PR - Brasil)
Las relaciones de poder, especialmente en una sociedad guiada por los principios del capitalismo, tienden a expandirse hacia la deshumanización y la destrucción del planeta (Angelin, 2014). El cambio de paradigma busca una nueva forma de organizar la sociedad frente a los desafíos medioambientales. Esto implica abandonar la perspectiva antropocéntrica en favor de una visión global y sistémica, valorando principios como el cuidado, la cooperación y la conservación, que han sido infravalorados y asociados a las mujeres a lo largo de la historia. En este contexto, han surgido movimientos como el ecofeminismo, con nuevas propuestas de vida y organización social (Flores y Trevizan, 2015). El objetivo de este trabajo es reflexionar sobre los pilares del ecofeminismo y difundir sus valores en el contexto del Antropoceno. Se realizó una revisión bibliográfica narrativa a partir de publicaciones científicas sobre los temas propuestos: ecofeminismo y Antropoceno.
Rachel Carson, bióloga estadounidense y autora de Primavera silenciosa (1962), es considerada una de las primeras mujeres ecologistas y desempeñó un papel clave en el debate sobre los impactos ambientales causados por los pesticidas sintéticos. La década de 1970 vio las primeras manifestaciones del movimiento feminista en defensa del medio ambiente. El término ecofeminismo fue utilizado por primera vez en 1974 por Françoise d'Eaubonne, que fundó el movimiento Ecología y Feminismo en Francia en 1978. El movimiento ecofeminista hace hincapié en la relación entre la ciencia, las mujeres y la naturaleza y aporta una nueva visión del mundo, desvinculada del concepto socioeconómico de dominación en el que las mujeres han estado históricamente subordinadas en todas las culturas. En este sentido, la ecología es una cuestión feminista, y existen muchas similitudes entre ellas (Flores y Trevizan, 2015).
El patriarcado, basado en la dominación masculina sobre las mujeres (Sabadell, 2013), se asemeja al poder machista y opresor de la industria agrícola, que socava la fertilidad y los fundamentos de la vida en su expresión simbólica más profunda (Flores y Trevizan, 2015). Según Joan Scott (1989), el patriarcado es una forma de organización social en la que las relaciones se rigen por principios de jerarquía y dominación, basados en relaciones de poder. Es visto como el origen de todas las formas de subordinación y explotación, donde el poder masculino, la dominación y la jerarquía prevalecen sobre los más vulnerables, postura que se replica en toda la sociedad (Warren, 1997). De esta manera, existe un vínculo intrínseco entre la explotación de la naturaleza y la opresión que sufren las mujeres causada por los hombres, donde el ecofeminismo reconoce al sistema patriarcal como la raíz del desastre ecológico actual, en el que tanto la naturaleza como las mujeres, vinculadas a la reproducción de la vida, son blanco de esta opresión (Flores y Trevizan, 2015).
Esta actitud social se ha construido a lo largo de los siglos, reforzando la idea de que el hombre ocupa una posición central en el universo, y que todas las demás cosas existen para servirle y estar a su disposición (Mello, 2017). Así, la lucha por la liberación de las mujeres oprimidas en la esfera de género está intrínsecamente ligada al movimiento ecofeminista por la liberación de las mujeres y de la naturaleza, explotadas por este sistema.
El Antropoceno es el nombre propuesto por Crutzen (2002) a principios de la década de 2000 como marcador geológico para destacar la influencia de la humanidad en el sistema terrestre. La influencia humana es conocida desde su aparición hace 200.000 años, pero en los últimos 200 se ha producido un crecimiento significativo de las actividades socioeconómicas en la Tierra (Steffen et al., 2015), comparable al de las fuerzas geofísicas que dan forma a nuestro planeta. Según las evidencias a favor del Antropoceno, con la Revolución Industrial y posteriormente en la década de 1950, periodo conocido como la gran aceleración, se produjo un aumento de escala y velocidad en la mayoría de las variables relacionadas con las actividades humanas hasta el punto de comprometer la vida en el planeta (Artaxo, 2014). En las últimas décadas, surgió el concepto de sostenibilidad ambiental, que trajo discusiones sobre el análisis del sistema terrestre para la sostenibilidad (Schellnhuber et al., 2004; Steffen et al., 2007).
A medida que se intensifican las presiones sociales, económicas y medioambientales, se hace urgente la necesidad de un sistema de gobernanza mundial capaz de hacer frente a estos retos (Artaxo, 2014). Susan Griffin (1978) sugiere que al comprender nuestros orígenes, nuestra realidad actual y nuestros deseos, podemos darnos cuenta de las interconexiones entre la vida de cada planta, animal y ser humano, formando así un solo cuerpo con el planeta. Existe una conexión entre la lucha por los derechos de las mujeres y la defensa de la naturaleza, ya que mujer, naturaleza, género, sexo, etnia, raza, pobreza, explotación, desigualdad, patriarcado son conceptos que se entrecruzan. No es posible hablar de los derechos de las mujeres, del derecho a un medio ambiente sano y de la igualdad de género sin tener en cuenta la raza y la clase (Flores y Trevizan, 2015).
Por lo tanto, el ecofeminismo forma parte del contexto estructural de género y abarca las luchas y los logros feministas en el abordaje de los problemas ambientales y en la lucha contra las desigualdades sociales. Las mujeres, al igual que otros grupos vulnerables, son las que más sufren los problemas ambientales y son ellas las que desempeñan un papel fundamental en las transformaciones sociales y ambientales del mundo contemporáneo (Mello, 2017).
Según Angelin (2014), el ecofeminismo promueve una nueva perspectiva consciente de la desvalorización de las prácticas de cuidado de la naturaleza y de los seres humanos, cuestionando los estereotipos patriarcales. Abarca diferentes teorías y formas de expresión, y se divide en tres corrientes: Ecofeminismo Clásico, Ecofeminismo Espiritualista del Tercer Mundo y Ecofeminismo Constructivista (Puleo, 2013).
Las corrientes filosóficas del ecofeminismo han provocado grandes cambios a la hora de abordar la explotación medioambiental y la opresión de la mujer. Las mujeres son cada vez más activas, luchan por una mejor calidad de vida, saneamiento básico, agua potable, vinculando las cuestiones feministas a las causas ambientales y sociales. Los movimientos ecologistas y ecofeministas se están uniendo para crear una sociedad global sostenible, combatiendo la doble explotación del poder económico y patriarcal. Las mujeres están marcando la diferencia luchando por una sociedad igualitaria y sostenible basada en el respeto a la diversidad (Mello, 2017).
Asistimos a una época en la que el cambio climático, las catástrofes medioambientales, el Antropoceno y la sostenibilidad están en el centro del debate. Las consecuencias de los impactos causados por la humanidad están presentes en tiempo real a escala global y se han agravado de forma alarmante. Ante ello, es urgente repensar nuestra responsabilidad y pasar a la acción. Defender un mundo más inclusivo e igualitario, buscando la sostenibilidad basada en el principio sistémico, a pesar de la dominación antropocéntrica. El ecofeminismo necesita llegar a todas las esferas y estar cada vez más en la agenda para transformar la sociedad.