6. Epistemologías críticas feministas

El género en tanto hecho social. Una mirada crítica a los escritos de “Laje” desde la teoría social durkheimiana.

  • de la Fuente Franco (Centro Interdisciplinario de Estudios de Género, UNLP)
Resumen

Esta ponencia parte de una investigación que se enmarca en la beca de Estímulo a las Vocaciones Científicas del Consejo Interuniversitario Nacional (Resolución CE Nº 1789/23), convocatoria 2022, bajo la dirección del Dr. Martínez Ariel y la codirección de la Dra. Valobra Adriana María. En dicha investigación me propuse indagar las modalidades a través de las cuales artistas varones (cis) de la acrobacia de piso, la danza contemporánea y el teatro musical de entre 22 y 30 años de la ciudad de La Plata performan masculinidades no hegemónicas, a partir de entrevistas realizadas entre el 1 de diciembre del 2023 al 30 de abril del 2024. Como objetivos específicos me propuse describir cómo significan los artistas en cuestión su identidad en términos de género, analizar el proceso de construcción de sus masculinidades en relación a su disciplina artística e identificar articulaciones entre corporalidad y género en sus narrativas y prácticas.
Agustín Laje en “El libro negro de la nueva izquierda” (2016), que comparte con Nicolás Márquez, plantea una serie de reflexiones en torno al género emprendiendo debates con teorías de Judith Butler, Kate Millet, Simone de Bouvier, Paul Preciado, entre otras, arrojando un manto de homogeneidad a partir del cual pretende roer los cimientos de la “ideología de género” para asegurar su desmoronamiento. La ideología de género que recrea Laje consideraría que “(...)
el hombre y la mujer se nos presentan como cuerpos cuya especificidad natural no guarda la menor importancia respecto de aquello que ellos mismos pueden ser; son como una hoja en blanco, una tabula rasa, lista para ser inscrita por el peso pretendidamente autónomo de la cultura” (pág. 58).
Si bien el autor reconoce la existencia del género masculino y femenino, argumenta que estos poseen “(...) un núcleo biológico bien duro y profundo que ya comienzan a configurarse por distintos influjos hormonales intrauterinos, responsables de la sexuación cerebral (...) (ya que es) sabido que tanto el andrógeno como el estrógeno, hormonas masculina y femenina respectivamente, tienen efectos diferentes sobre el cerebro durante el desarrollo fetal” (pág. 86). Prosigue sosteniendo que “(...) muchísimas especies animales no-humanas incluso han desarrollado diferencias etológicas, es decir, diferenciadas formas de comportamientos entre los sexos, que conducen y posibilitan el acto del apareamiento: sonidos, modos de caminar, danzas, performances, etcétera” (ibíd.).
En definitiva, desde esta perspectiva nacemos con ciertos patrones determinados que nos orientan a partir de nuestra sexualidad a que sí somos hombres, por ejemplo, vamos a tender necesariamente a “juegos bruscos” y tener “unas actitudes y unos intereses típicamente masculinos” (pág. 87). La cultura aparece, pero como un mero canalizador, una escalera bien definida por la cual deben ascender separados hombres y mujeres. Considero que esta lectura del género presenta una serie de falencias al ignorar el carácter exterior y coercitivo del género, además de borronear la amplia variedad de modos de vivir la masculinidad y la feminidad propios de cada sociedad, cultura, comunidad histórica, los cuales reniegan de cualquier esencialismo.
En la búsqueda de un cuerpo teórico que considere a la materialidad y a la subjetividad encarnados de tal manera que no sea posible delimitar la existencia plena de una sin la otra, acudiré a la noción de hecho social propuesta en 1895 por Émile Durkheim (1967) para abordar al género desde sus dimensiones de exterioridad y coercitividad sobre las personas.
El pensador francés sostuvo que los hechos sociales deben ser abordados como si fueran "cosas", definiéndolos como “(...) modos de actuar, de pensar y de sentir exteriores al individuo, y que poseen un poder de coerción en virtud del cual se le imponen” (Ibid.: pág. 35). En esta línea, presentan un dimensión de exterioridad en dos sentidos entrelazados: por un lado, la integridad del todo desborda las voluntades individuales, no puede ser totalmente modificado por un sólo sujeto; por otro lado, son preexistentes a las personas, por lo que uno nace sujeto a hechos sociales. Un ejemplo desenreda este último aspecto: “al nacer el fiel (creyente) halló completamente elaboradas las creencias y las prácticas de su vida religiosa; si existían antes que él, quiere decir que existen fuera de él” (Ibíd.: pág. 34).
Cabe mencionar que aquí Durkheim no pretende sostener que las sociedades viven por fuera de los individuos sino todo lo contrario, las sociedades se componen únicamente de personas. En este sentido, desde que nacemos nuestro entorno estructura -no sin resistencias y variados grados de autonomía- nuestro modo de ser, de allí sacamos nuestros recursos y simbologías, el repertorio con el que construir nuestro personaje, todo un abanico de opciones limitadas por condicionantes de estrato social, raciales, étnicos, sexuales. Por ejemplo, “si no me someto a las convenciones del mundo, si mi atuendo no se ajusta absolutamente a los usos de mi país y mi clase, la burla que provoco, el alejamiento con que se me castiga, producen los mismos efectos -aunque de modo más atenuado- que (...)” (Ibíd., pág. 35) una sanción penal al violar las reglas del derecho. Centrándonos en el género, Kate Millet (1973) nos ilustra sus aspectos exteriores y coercitivos:
“(...) toda la estructura de la personalidad masculina y femenina es arbitrariamente impuesta por el condicionamiento social que nos ha privado de todos los rasgos posibles de la personalidad humana (...) y que ha dividido arbitrariamente estos rasgos en dos categorías; así la agresión es masculina; la pasividad, femenina; la violencia, masculina; la ternura femenina; la inteligencia masculina, la emoción femenina, etc., etc… cualidades humanas arbitrariamente separadas en dos pilas distintas que se les inculcan a los niños por medio de los juguetes, los juegos, la propaganda social de la televisión y por lo que los directores de escuela consideran que es adecuado para la formación del rol masculino y femenino” (pág. 100).
A modo de cierre, abordar al género desde esta perspectiva nos permitirá considerar la polaridad masculino-femenino como una construcción social, histórica y contingente que es previa, excede, limita, exige y direcciona al individuo a partir de la genitalidad con la que nació. Es decir, el género produce y se reproduce en los modos de ser. La corporalidad constituye la materia sobre la que nos construimos como personas, pero sobre ella, desbordándola, se edifican discursos sobre nuestro ser, a partir de cómo nos presentamos y representamos.

Bibliografía
-Durkheim, E. (1967) Las reglas del método sociológico. Buenos Aires: Pleyade.
-Laje, A. y Márquez, N. (2017). El libro negro de la nueva izquierda. Lima: Asociación Centro Cultural de Investigación y Publicaciones Vida y Espiritualidad
-Marradi, A., Archenti, N. y Piovani, J. (2007). Metodología de las ciencias sociales. Emecé.
-Millet, Kate. (1973). “Política sexual”. En Vainstok, Otilia (comp) (1973). Para la liberación del segundo sexo. Buenos Aires: De la Flor.