La niñez como categoría de análisis: entre el reconocimiento, la redistribución y la representación
- Abog. Martina Eloísa Flaherty (Facultad de Cs. Jurídicas y Sociales, UNLP).
La filósofa norteamericana Nancy Fraser esbozó una teoría tridimensional de la justicia con el objeto de poder abordar las injusticias características de la presente coyuntura (Fraser 2008, p.64). El abandono de la mirada bidimensional estuvo motivado por la modificación del escenario de la justicia, donde no solo existen los Estados nación sino el mundo globalizado donde se ha puesto en discusión tanto el contenido, como el marco de los reclamos de justicia.
En este sentido, para Fraser la justicia no solo toma forma de redistribución y reconocimiento, sino que la autora presenta una tercera dimensión: la política. Así, entiende que lo político es el escenario donde se desarrollan las luchas por la distribución y por el reconocimiento. Este tercer elemento se vuelve fundamental ya que la dimensión política de la justicia es la que define el alcance de las otras dos dimensiones, toda vez que dice quién está incluido y quién está excluido del círculo de los que tienen derecho a una justa distribución y a un justo reconocimiento. La dimensión política consagra las reglas de decisión, los procedimientos para escenificar y resolver los conflictos de las otras dos dimensiones. Es decir, no sólo plantea quién puede reclamar, sino que impone las reglas del juego acerca de cómo deben plantearse y arbitrarse esas reivindicaciones. Es, por tanto, una esfera donde emerge el problema de la “representación”.
Finalmente, Fraser conceptualiza a la justicia como paridad participativa. De acuerdo con esta interpretación democrática radical del principio de igual valor moral, la justicia requiere de acuerdos sociales que permitan a todos participar como pares en la vida social (Fraser, 2008, p. 39).
Esta idea de justicia constituye una interpretación radical democrática de la igualdad que exige la remoción de obstáculos económicos para la participación plena, también el desmantelamiento de los obstáculos culturales institucionalizados a la participación igualitaria y por último la eliminación de los obstáculos políticos de la participación igualitaria (Fraser, 2017).
Resulta indispensable resaltar, que Fraser a lo largo de su teoría incorpora y analiza diferentes variables como “género”, “clase”, “etnia”, sin embargo, la categoría “edad” no ha sido desarrollada por la autora. La ausencia de un tratamiento específico sobre la categoría “edad” no constituye un rasgo propio de la teoría de Fraser -es decir, no constituye una excepción- sino que por el contrario constituye una tendencia general en el campo de la teoría política y las teorías de la justicia (Udi, 2017), sin perjuicio de ello podemos afirmar que una teoría para ser explicativa debe tener un horizonte de análisis, y así Fraser ha excluido de su teoría a la niñez.
Al respecto, la niñez ha sido abordada -entre otras disciplinas- por la Sociología de la infancia. Desde esta perspectiva, se entiende a la infancia como un fenómeno social, como una parte permanente de la estructura social que -aunque sus miembros se renueven constantemente- posee variaciones históricas, sociales, económicas y culturales determinadas. Así, la infancia es el periodo de la vida en el que el ser humano es tratado como un niño, según las pautas culturales y sociales que rigen en un determinado momento histórico para ese periodo de vida (Gaitán., Leibel. 2011, pp.30).
En este sentido, se retomarán conceptos fundamentales acuñados por la Sociología de la infancia, tales como adultocentrismo y adultismo. El primero es la relación de poder asimétrica que existe entre adultos y les niñes, la cual funciona siempre en favor de los primeros. Se trata de la dominación, el control y el abuso de la infancia que constituye una regla histórica, aunque a lo largo del tiempo ha tomado diferentes formas (Gaitán Liebel 2011, pp.31).
La noción de adultocentrismo no se basa únicamente en la relación social basada en la centralidad de “lo adulto”, sino que implica relaciones de dominio entre clases de edad que se han venido gestando a través de la historia, con raíces, mutaciones, y actualizaciones económicas, culturares y políticas, y que se han instalado en los imaginarios sociales incidiendo en su reproducción material y simbólica. Es decir, que las representaciones sociales sobre las características de lo adulto y lo niño se imponen socialmente como normativas que co-construyen las trayectorias de los individuos. El adultocentrismo cristaliza preconceptos que construyen modos de ser y estar de las personas según su edad (Morales y Magistris, 2020, pp. 24-25)
Así, la identidad de les niñes se concibe como una diferencia con respecto a la del adulto. La infancia es una otredad que está literalmente, y en todos los sentidos, subordinada a la adultez, que se encarga de dirigirla, haciendo que la niñez solo cobre sentido a través de la adultez. De esta forma, antes que nada, el “niño” es otro que adulto, su naturaleza es separada. El niño se convierte en el otro observado, vigilado, regulado, orientado y, en suma, conducido a la adultez (Cordero Arce 2015, pp.128-129).
En conclusión, el adultocentrismo es una estructura socio-política y económica, donde el control lo toman y lo ejercen las personas adultas, mientras que la niñez, adolescencia y juventud son sometidas a un lugar subordinado y de opresión (Morales y Magistris 2020, p.25).
Por otro lado, el adultismo -también llamado etarismo o edadismo- se trata de la discriminación por la edad que es llevada a cabo por las personas adultas contra les niñes. El adultismo se expresa en comportamientos dominantes y degradantes hacia los más jóvenes, se solidifica en normas, valores y tradiciones, pero también se inscribe en las estructuras sociales, jurídicas e institucionales (Liebel 2023, p. 149)
Finalmente, adultocentrismo se relaciona con otras estructuras que operan de la misma forma, como lo es la estructura patriarcal. Así, la socióloga Lourdes Gaitán, identifica que el adultocentrismo no solo se sustenta en preceptos biológicos, sino también patriarcales, que les otorgan mayor o menor poder a las personas según su edad y su género (2006, p.75).
La sociología de la infancia ha entendido a la niñez como una variable de análisis social, y como tal, no se la puede separar de otras variables como lo son: la clase, el género y la etnicidad (Cordero Arce 2015, p.173). Así, se ha embarcado en el proceso de reconstruir la infancia en la sociedad. Esta tarea no es sólo epistemológica, sino también política, ya que se busca analizar el orden social, tomar en cuenta las perspectivas de les niñes, su calidad de agentes y sus contribuciones al orden social, con la finalidad de mejorar el estatus social de la infancia (Cordero Arce 2015, p.177).
En este sentido, este trabajo desarrollará un punto inexplorado por Fraser, es decir, se buscará reflexionar acerca de unas preguntas que la autora no se hace: ¿qué lugar tienen las niñeces en su teoría tridimensional de la justicia? ¿Es la niñez una categoría para pensar la interseccionalidad? ¿Qué aportes puede generar la teoría de Fraser con relación a la categoría niñez?